Estoy decidida a ganar este duelo, mi contrincante espera en la arena con actitud firme y barbiana. Su seguridad me pone de los nervios, y eso sin hablar de su descomunal tamaño para ser un orco de la selva profunda.
La verdad es que nunca he tenido que afrontar una lucha así, sin embargo en mi familia nos enseñan a combatir desde pequeños. Después de todo, los elfos somos una raza guerrera y es cierto que somos excelentes arqueros y magos, pero en mi linaje hace generaciones que hemos sido instruidos en el arte místico de la lucha cuerpo a cuerpo al estilo único de mi raza, invocando la música.
No es un arte sencillo, requiere de un gran esfuerzo y dedicación continuos, y como en cada arte mística, te ves obligada a ofrecer algún tipo de sacrificio. En nuestro caso es luchar con los ojos vendados, y creedme, por muchas leyendas que existan sobre nuestra puntería, nuestro mejor sentido es el oído, ¿por qué creéis que tenemos las orejas puntiagudas? Nuestra percepción auditiva está prácticamente cien por cien desarrollada.
Así que aquí me encuentro yo, una elfa sin armadura, con dos dagas, los ojos vendados y dirigiéndome hacia un enemigo que no deja de gritar en cuántos trocitos va a despedazarme. Las ovaciones del público me hacen entender que me dan por perdida, despues de todo nuestra raza no es rival para los orcos en lo que a cuerpo a cuerpo se refiere, sobre todo por su cualidad regenerativa, pero yo cuento con la invocación de la música.
Todo el camino es recto hasta la arena, pero ya no veo nada, y de pronto dejo de oír al público, al sonido del viento, a la nada. No oigo nada excepto mis pasos al caminar, los latidos de mi corazón y mi respiración agitada como si de un elenco de orquesta se tratase, y ahí es cuando llego a la arena y el grito atronador de mi enemigo se suma a mi propio elenco.
Empieza la lucha. Comienzo a componer las melodías con mi respiración y mis pulsaciones sostenidas.
Se manifiesta la música.
Mi contrincante se acerca decidido y veloz como la caída de un halcón en pica-do, su arma silba en el aire y armonizo ese sonido con el de mis pisadas y mi respiración, que mantengo agitados. Para mi sorpresa noto cómo pasa su arma frente a mi rostro cuando contoneo mi cuerpo hacia atrás, añadiendo la cadencia de mis dagas al realizar filigranas en el aire, y el sonido es encantador. Decido continuar la improvisación de orquesta manteniendo al compás mi respiración y los latidos de mi corazón. Para ello no dejo de moverme, necesito que no baje el ritmo y comienzo a hacer piruetas. Mi enemigo comienza a jadear tras nuestra disonancia, sus intentos fallidos de atravesarme lo ponen nervioso y los latidos de su corazón se suman al repertorio. Entonces decido actuar con un crescendo, bailo alrededor de mi enemigo mientras mis dagas añaden un sonido agudo que armoniza con los latidos de su corazón, a la vez que se mantiene acompasado con el silbido de su arma rasgando el aire.
La melodía es inigualable y majestuosa, jamás escuché algo así.
Algo así enternecería al ser más templado.
Me permito el lujo de sonreír, ésta música es adictiva. El compás de sus movimientos sigue el ritmo de mis piruetas, mi enemigo me regala nuevas notas para mi composición gritando exinanido, y me da paso a la estrofa final.
Contengo la respiración, el cambio de tono es perceptible y armonioso, y lo fusiono con un nuevo movimiento en espiral de mis brazos. Mi contrincante está pegado a mí, parece bailar conmigo y disfrutar de la sinfonía, cosa que agradezco por su parte.
Arpegio final con mi corazón, media vuelta, danza aérea sobre mi enemigo y un intervalo hasta que mis dagas terminan incrustadas en su cuello. Sus sonidos se apagan con un último crujido, y con ello mi hermosa música invocada termina.
Me quito las vendas para observar el fruto de mi creación, pero me horroriza la escena. Todo es sangre y vísceras, la regeneración natural de mi amigo derrotado no fue suficiente para salvarlo, mi sinfonía pudo con él.
Veo un aluvión de entre el público que se dirige hacia mí, y no parece que vengan a felicitarme. Sostienen armas en alto, pero eso me alegra; Yo nunca quise que acabase la melodía.
En todos mis años de vida nunca me consideré agresiva ni oscura, soy una elfa. Pero la música, ésta música, mi música… no quiero que acabe nunca.
Vuelvo a colocar las vendas en mis ojos y tiemblo de emoción, esta vez no permitiré que la melodía deje de sonar.
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