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lunes, 7 de agosto de 2017

~Amor de Luto~



El chico de pelo rizado y una pronunciada perilla, la cual perfilaba su rostro, paseaba como todas las mañanas, por la calle principal de regreso a su piso de alquiler, situado en medio de la total tranquilidad, como a él le gustaba.
Era un día como otro cualquiera, salía de su trabajo, algo cansado, pero menos que otros días. Estaba feliz aunque no tenía un motivo particular, sencillamente se le antojó serlo por ese día, sin tener que deber un motivo para ello.
Casi llegando a su piso observó cómo unas personas vestidas con ropajes negros salían de una antigua casa, apenas a unos metros de su piso. Le llamó la atención el gesto de dolor en la mirada de aquellas personas, de infelicidad, de rotura. Tal fue así, que decidió ver por si mismo qué era aquello que tanto dolor les producía; se subió el cuello de la chaqueta hasta la nariz y, como si debiera de estar allí, se introdujo tranquilamente en aquel velatorio desconocido.
Jamás estuvo en uno, y la simple curiosidad le hizo adentrarse en aquel ambiente de desconsuelo y desolación.
Nada más entrar se encontró con que nadie le miraba; de hecho, nadie miraba a nadie aun teniendo los ojos abiertos de par en par y anegados en lágrimas. Nadie parecía estar en esa sala, siquiera nadie parecía estar dispuesto a dar consuelo a nadie, cada uno parecía estar sucumbido en su propia existencia.
Siguió caminando hacia el imponente altar sobre el cual se hallaba un ataúd en cuyo interior se encontraba la causa de aquella fuerza innegable que obligaba a todas las personas de alrededor a llorar desconsoladamente.
Todas aquellas personas vestidas de negro; la negrura inundaba aquella sala. Pareciera que se encontraba en medio de una habitación a oscuras, no había rostros ni lamentos mientras se acercaba al ataúd blanco, impoluto y resplandeciente como un pequeño haz de luz en medio de aquella oscuridad. Sólo ese hecho ya lo llenaba de positivismo, conforme se iba acercando, se sentía más seguro, más al resguardo del dolor ajeno.
Con esa sensación de paz llegó hasta dicho ataúd. Dentro se encontraba una joven más o menos de su edad, con el pelo suelto, rubio y brillante que le caía por los hombros. Unos grandes ojos se ocultaban debajo de unos suaves parpados donde asomaban unas largas pestañas. Su rostro tan hermoso y angelical aun conservaba su última sonrisa. Le sonreía a él, que la estaba mirando con tanta fascinación.
Su cuerpo se le antojaba hermoso y bien proporcionado; era un ángel, una preciosidad, y le estaba sonriendo.
Algo estalló en su interior solo por su sonrisa, tan hermosa, que de inmediato deseó besarla y sellar aquel amor que crecía en él como una música tocada con las cuerdas de su corazón.
Comenzó a sonreír, aislado de aquel ambiente de dolor y tristeza, él comenzó a sonreír, pues había encontrado a su amor. La sensación era voluptuosa, era extasiante, indescriptible.
Pero no tardó mucho en volver a poner los pies sobre la tierra, como si miles de garfios se le engancharan en el alma y lo arrastraran hasta quedar anclado al mismísimo suelo, sin siquiera poder moverse. Había descubierto a la que era su amada, a la chica que le concedía el poder del todo y el total control sobre la nada. La chica capaz de hacer que su amor ardiera fervientemente hasta tal punto de sentirse invencible; había conocido a su amor, pero ella estaba muerta.

Había encontrado a su propio amor muerto.

Poco a poco fue quedándose vacío de emociones, inerte, solo por el hecho de haber llegado demasiado tarde. De haber ido en pos de ella antes, quizás la hubiera conocido viva, quizás él podría hacerla más feliz de lo que jamás nadie podría. Pero jamás lo descubriría, y todo por haberla encontrado demasiado tarde.
Una suave y delicada sonrisa pareció asomar al rostro del joven repentinamente; aún tenía oportunidad de encontrarse con su amada. Solo un pensamiento pasaba por su mente: Marchar tras ella.
Una suave y delicada sonrisa pareció asomar al rostro del joven, ensanchándose.

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